La Piedra de la Santa

Dibujo de Francisca Torrealba Tapia 10 años
Dibujo de Francisca Torrealba Tapia 10 años

Creo que fue en aquellos años en que todos éramos más inocentes y quizás por eso era más fantasía. Aquella niña había perdido a su madre cuando era pequeña. Su padre se había vuelto a casar y la niña desde entonces vivía encerrada en su propio mundo. Su madrastra no la trataba como ella se merecía y aunque no se quejaba de maltrato, ya no pasaba todo el día en su casa. Prefería dar bellos paseos por el campo o simplemente subir los cerros en busca de leña. Siempre iba acompañada de su perrito regalón. Tenía una muy buena relación con los animales, ella era muy dulce.

En uno de esos tantos paseos por el cerro, escuchó que la llamaban. Subió más alto, pero no esncontró a nadie. Defraudada, bajó y vovió a su casa, no había recogido leña ya que por estar jugando y soñando despierta se le había pasado todo el día. Su madrastra no había tenido en buen día, por lo que no encontró nada mejor que desquitarse con la pequeña. La maltrató físicamente y le dijo cosas horribles con respecto a sus orígenes. La niña como tenía tan buen corazón jamás sintió una pizca de rencor por aquella mujer que tan

mal la trataba. Ni siquiera le confesaba a su padre el terrible momento por el que pasaba.

Cada vez que se sentía triste y sola, huía al cerro, a llorar sus penas. Hablaba con su madre que estaba en el cielo y le pedía de todo corazón que se la llevara junto a su amado Dios. Después que se desahogaba lo suficiente, bajaba y regresaba junto a su padre, él la quería mucho, era su máximo orgullo.

Transcurrían los días y ella seguía realizando sus labores, continuaba yendo al cerro a recolectar flores y leña, pero insistentemente escuchaba su nombre a lo lejos. Trataba de no poner atención, pero el llamado era más fuerte, lo evitó lo más que pudo, pero su curiosidad infantil fue mayor. Se dejó guiar y más arriba cerca de un árbol, pudo distinguir la figura de una hermosa mujer que la llamaba. Al poco tiempo ya eran amigas, la hermosa mujer no le reveló su nombre, pero le dijo que no se preocupara por los tormentos que le hacía pasar su madrastra, que aquellos malos ratos pronto cesarían y sin más desapareció.

Debido a la inocencia y pureza de la niña, no sintió ningún miedo. Todo lo contrario sintió una gran paz. Desde entonces, cada vez que tenía un problema, acudía a la misteriosa cita con la bella mujer. La pequeña sentía que aquel sentimiento la llenaba de gozo, inclusive llegó a pensar que podría ser su madre, que con tanto carño venía a visitarla. De las pocas veces que dialogaron, la mujer le manifestó que pronto sería etermnamente feliz y que muy luego vería a su madre. La niña no podía de tanta felicidad, quedaron de acuerdo en que al orto día sería su gran viaje.

Nuestra protagonista no pudo dormir aquella noche. Se levantó muy temprano y corrió a su cita con la felicidad. No se le vió desde aquella mañana. Su padre al regresar del campo la buscó por todas partes, sin conseguir nada. Interrogó a su esposa y ésta no pudo decirle nada, ya que nunca se preocupó de ella. Recordó que su hija le gustaba recorrer el cerro y sin pensarlo más se dirigió hasta allá, pero lamentablemente no encontró nada.

Ya casi sin esperanzas, se encontró frente a una piedra que jamás había visto en ese lugar y sin saber como ni de donde, escuchó la voz de su hija que le decía que no se preocupara y que desde ese momento era completamente feliz y que junto a su madre lo cuidarían desde el cielo.

Desde entonces en Llay-Llay, existe un lugar en lo alto del cerro, que se llama la “Piedra de la Santa”, la que visitan muchas personas para pedirle favores o hacerle mandas. Según la leyenda, la misteriosa amiga de la pequeña era la Virgen María y aquella piedra, la niña de esta historia.